Siempre hay un amigo inquietante que nunca habla en el grupo de WhatsApp. La psicología tiene una explicación

Una notificación ilumina la pantalla del móvil: «Alguien ha creado un grupo». Para algunos, es casi un mensaje de terror; para otros, una dosis de pereza infinita; y para unos pocos, la promesa de un nuevo plan que empieza a organizarse. En cuestión de minutos, el chat comienza a llenarse de saludos, memes y chistes. Alguien recuerda el motivo del grupo y enseguida se abre la cadena de preguntas, fotos y propuestas. Entre tanto ruido digital, siempre aparece una figura reconocible: la del silencioso, el «merodeador» que lee pero nunca escribe. Un clásico de cualquier grupo. Pero, ¿qué significa realmente ese silencio? ¿Es desinterés, rechazo, timidez… O algo más complejo?

Un silencio atronador. Con más de 3.000 millones de usuarios activos mensuales, según TechCrunch, WhatsApp reina como la aplicación de mensajería más usada del planeta. Y con ella llegó la explosión de grupos: una función que nació como forma práctica de coordinar planes y que hoy se ha convertido en un fenómeno social, tan útil como agotador.

Dentro de ese ecosistema aparecen los llamados «silenciosos». Este tipo de personas se caracterizan por conservar chats antiguos como reliquias digitales —ese «Vacaciones 2017» que nadie se atreve a borrar— o quienes permanecen aunque nunca escriban, porque salir significa tener que dar una explicación. Un gesto que, como recuerda The Guardian, se percibe casi como un desaire público.

La rápida dinámica de los grupos. Las conversaciones se mueven tan rápido que, si no estás conectado en los primeros minutos, puedes perderte 67 mensajes sobre una ruptura, una cena, una borrachera y hasta recomendaciones de series. Es fácil quedarse atrás. Y si se vuelve habitual, el usuario se limita a leer o incluso a ignorar, hasta convertirse en un «lurker» digital, como describe un artículo The Independent.

Todo ello conduce a la sobrecarga. Según un estudio citado por Time, el 66% de los adultos en Estados Unidos dice sentirse abrumado por la cantidad de mensajes, y un 42% asegura que seguir el ritmo de sus chats se asemeja a un “trabajo a tiempo parcial”. Algunos confiesan reservar tiempo en la agenda solo para responder mensajes. Otros, sencillamente, ignoran y priorizan: lo urgente se responde, lo demás se archiva en la carpeta mental de «pendientes eternos».

Los expertos tienen algo que decir. La psicología ha comenzado a prestar atención a este fenómeno, y la conclusión general es clara: no existe una única forma correcta de participar en los grupos de WhatsApp. Desde el punto de vista de la psicóloga Rebeca Cáceres, directora de Tribeca Psicólogos, lo esencial es no patologizar el silencio. En entrevistas con Semana y El Español, insiste en que cada persona gestiona estos espacios de manera diferente. El silencio, en muchos casos, no es un ausencia, sino un acto consciente de autocuidado: elegir no responder como forma de proteger la energía y mantener la coherencia con los propios valores. «No responder en un grupo no significa ‘me ignora’ o ‘me rechaza’. Eso es lo que tú sientes, no lo que el otro expresa», recuerda. Su planteamiento conecta con la Teoría de la Autodeterminación de Edward Deci y Richard Ryan: el bienestar emocional se sostiene sobre la autonomía y la capacidad de decidir cómo interactuar.

Por su parte, la psicóloga Olga Albaladejo añade otros matices en declaraciones a Cuerpo y Mente. Muchas personas callan porque temen ser malinterpretadas. La falta de gestos, tono de voz o miradas convierte a WhatsApp en un espacio más ambiguo. «Piensan demasiado en cómo serán leídas sus palabras, si parecerán frívolas, demasiado serias o poco ingeniosas», explica. En casos más extremos, tras ese silencio puede esconderse la ansiedad social, que amplifica el miedo a ser juzgado en un entorno donde cada mensaje queda escrito y a la vista de todos. Pero no siempre se trata de un problema: también hay personas introvertidas que simplemente prefieren conversaciones íntimas frente al ruido de los grupos.

El FOMO y la espiral de silencio. La profesora Sarah Buglass, de la Universidad de Nottingham Trent, plantea otra explicación en The Independent. Muchos «merodeadores» permanecen en grupos aunque no participen movidos por el FOMO (fear of missing out). Es decir, el miedo a perderse información socialmente relevante. Estar en el grupo —aunque en silencio— es una forma de vigilar la conversación, mantener el sentido de pertenencia y no quedar fuera de futuras interacciones. En esa misma línea, la teoría de la «espiral del silencio» de Elisabeth Noelle-Neumann, citada en El Español, muestra cómo las personas tienden a callar cuando sienten que su opinión está en minoría o puede romper la armonía del grupo. Ese silencio, con el tiempo, se consolida y acaba convirtiéndose en un rol fijo.

El problema es que este comportamiento no siempre se interpreta correctamente. Para quien espera una respuesta, la falta de interacción puede convertirse en un espejo de inseguridades: sentirse ignorado, poco valorado o incluso despreciado. «El silencio, aunque legítimo, no es neutro», advierte Cáceres en el Español. Por eso recomienda que, si la falta de respuesta incomoda, lo más saludable no es insistir en público, sino abrir una conversación privada, honesta y sin juicios.

¿Y qué pasa si debes estar? Aquí entramos en las obligaciones y en esos grupos del trabajo, creados con fines profesionales, que terminan convirtiéndose en espacios híbridos donde se mezclan felicitaciones, bromas y memes. Esta ambigüedad genera incomodidad en algunos participantes. Cáceres insiste en la revista Semana en que la solución pasa por establecer normas claras: horarios de uso, tipo de mensajes permitidos y la decisión de utilizar un número personal o corporativo. Solo con acuerdos explícitos se puede hablar de compromisos y expectativas; sin ellos, exigir respuesta inmediata carece de sentido.

Resistir la hiperconexión sin perder los vínculos. El silencio en WhatsApp también puede verse como un acto de resistencia. El escritor Richard Seymour, en The Guardian, lo relaciona con el «derecho a no decir nada» del filósofo Gilles Deleuze. En una cultura que premia la hiperconexión y la respuesta inmediata, negarse a participar es una forma de reafirmar control sobre el propio tiempo.

Sin embargo, los chats grupales también tienen un lado positivo. Durante la pandemia, fueron un salvavidas emocional para muchas personas aisladas. En un reportaje para el New York Times los describió como «el último lugar online para la conversación real», capaces de sostener vínculos entre amigos y familiares separados por la geografía.

Al mismo tiempo, no sustituyen la amistad en persona. Como recuerda Time, el chat grupal puede simular intimidad, pero las verdaderas relaciones requieren llamadas, encuentros y presencia real. «Las personas que más quiero siguen viviendo en mi teléfono, pero intento sacarlas de él de vez en cuando», admite el autor del artículo.

El valor de callar. En el fondo, el silencio en un grupo de WhatsApp no es un misterio tan oscuro como parece. Puede significar timidez, introversión, ansiedad, autocuidado o simple preferencia. Puede ser resistencia, fatiga o un límite sano. También puede ser un gesto de madurez: aceptar que no todo requiere respuesta inmediata.

Como resume la psicóloga Rebeca Cáceres en la revista Semana, «el mundo digital también refleja nuestra diversidad como personas». Y quizás ahí esté la clave: entender que en lo virtual, como en la vida real, hay múltiples formas de estar presentes. Aceptar esa diversidad, sin juicios ni presiones, es también una forma de cuidar nuestras relaciones. En definitiva, el silencio no siempre es vacío: a veces es cuidado, autenticidad y hasta un modo de proteger el vínculo. Reconocerlo como parte de la comunicación puede cambiar la manera en que convivimos en el universo paralelo de los grupos de WhatsApp.

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Alba Otero

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